Tahririzacion
Lo que ha ocurrido hace unos días en Egipto, iniciado en Túnez y que empieza a extenderse a otros países árabes, marca un nuevo aspecto de la globalización, donde internet y las tecnologías de la información conectan movimientos sociales, logrando evitar la censura de los regímenes autocráticos y provocando transformaciones políticas que hace unos años hubieran sido impensables. Las redes sociales han servido para tejer una alianza entre todos los árabes para luchar, no por nacionalismos, sino por su dignidad y derechos como personas.
En los primeros días de la revolución tunecina, muchos internautas árabes eligieron la imagen de Mohamed Bouazizi para la foto de su perfil de Twitter. Desde el comienzo de las protestas de Egipto, el consumo de videojuegos on line descendió a más de la mitad, ya que los jóvenes que se conectaban a internet se preocupaban más por compartir todo tipo de material sobre lo que estaba ocurriendo que por jugar. Cuando internet fue bloqueado llamaban a las amistades jordanas para “twittear” desde allí lo que estaba pasando.
Esta respuesta social, iniciada con la revolución de Túnez, es una forma de globalización, podemos decir que es la “tahrirización”.
Este cambio producido en Túnez y Egipto nos debe servir como lección a las aletargadas sociedades civiles occidentales. Lo ocurrido en la plaza de Tahrir debe ser utilizado como un ejercicio de reflexión.
En primer lugar pensemos sobre los prejuicios. Desde los sucesos del 11 de septiembre, hemos asociado la “calle árabe” con la imagen de violencia. Cualquier noticia sobre atentados iba acompañada de individuos “barbudos” celebrando en la calle el suceso, quemando banderas occidentales y mostrando júbilo por lo sucedido. Estos días, hemos visto cómo millones de árabes han sido capaces de mantener un pulso pacifico con un dictador. Y en todo un ejercicio de ciudadanía, una vez expulsado, reunirse de nuevo en la plaza de Tahrir para limpiarla y poder recuperar la normalidad cuanto antes. Colocar etiquetas nos impide ver la evolución de las personas y las sociedades, y a la larga nos crea una percepción falsa de los demás.
También hay que hablar sobre el riesgo a cambiar. La palabra riesgo proviene del árabe clásico rizq, que significa lo que depara la providencia, y en su occidentalización ha terminado siendo sinónimo de proximidad al daño o fracaso. Por eso desde nuestros países preferimos la comodidad de la inercia y hemos creado una generación de jóvenes indolentes y apáticos, con tolerancia cero a la frustración que produce el fracaso. Los movimientos populares árabes han asumido el riesgo, conscientes de que merece la pena luchar por un cambio, y de una forma audaz para poder llevarlo a cabo.
Y por último recordar la hipocresía que hemos mantenido desde occidente. Egipto ha recibido ayudas, desde 1975, por parte de Estados Unidos, por un valor de 30.000 millones de dólares. Solo en el 2009, tuvo una ayuda militar directa de 1300 millones de dólares. La ministra francesa de asuntos exteriores, Alliot-Marie, estuvo de vacaciones en diciembre en Túnez, usando el avión privado de un empresario afín al presidente, mientras se sucedían las protestas contra el presidente Ben Ali. La misma ministra que mientras llamaba a una transición democrática en Egipto, había solicitado unos días antes al Parlamento francés el envío de militares para apoyar al dictador tunecino.
Hemos sido espectadores de estos regímenes, cuando no turistas, manteniéndolos, sin importarnos los derechos humanos que eran vulnerados, y ahora, todavía con la sorpresa en el cuerpo, pretendemos ser pigmaliones democráticos, cuando las lecciones deberíamos aprenderlas también nosotros.
Imagen tomada por Manoochor Deghati – AP
© Luis de la Fuente Martin 2011